La ciudad inteligente: de la tecnocracia a la economía colaborativa.
son muchas las ciudades que deciden entender la tecnología como una herramienta y no como un fin en sí mismo. De ahí, que hoy no escuchemos tanto hablar de smart cities y sí mucho más de conceptos como ciudad conectada, ciudad transparente, ciudad circular o ciudad abierta. En realidad, este debate no es exclusivo de los entornos urbanos, porque es un tema global. ¿Tecnocracia vs tecnofobia?
Artículo original de Carlos Martí para Ecovidrio.
El abandono por parte de Google de su proyecto estrella de smart city en la localidad de Toronto (Canadá) está sirviendo como paradigma sobre el futuro del concepto de smart city, tan de moda en los últimos años, especialmente tras la crisis económica de 2008. La muerte súbita del proyecto de la ciudad canadiense, así como algunos otros similares que también se han paralizado (o ralentizado) en diferentes urbes del Planeta, parece representar el ocaso de una idea de ciudad basada solo en el uso de la tecnología impuesta de “arriba abajo”.
Hemos asistido a una reflexión bastante compleja sobre el papel de la tecnología en los entornos urbanos. Nadie discute que ayuda a mejorar la eficiencia en diferentes aspectos de la gestión de la ciudad (movilidad, agua, recogida de residuos, energía, iluminación, etc.) gracias a la optimización de los recursos y al aumento en el flujo de información hacia el ciudadano, que a la postre es quien “usa” estos servicios.
Sin embargo, son muchas las ciudades que deciden entender la tecnología como una herramienta y no como un fin en sí mismo. De ahí, que hoy no escuchemos tanto hablar de smart cities y sí mucho más de conceptos como ciudad conectada, ciudad transparente, ciudad circular o ciudad abierta. En realidad, este debate no es exclusivo de los entornos urbanos, porque es un tema global. ¿Tecnocracia vs tecnofobia?
New York, ciudad inteligente
Posiblemente sea un equilibrio entre estos dos polos opuestos y, sobre todo, una cuestión de quién gestiona la ingente cantidad de datos que hoy por hoy puede generar una ciudad “sensorizada” e hiperconectada. De hecho, existen tres fases en el desarrollo de la idea de Smart cities; desde la fase 1.0, muy centrada en la tecnología aplicada de “arriba a abajo” hasta la fase 3.0, donde ya se coloca al ciudadano en el centro del proyecto y se habla de “estrategias para la soberanía digital”. Sin duda, la idea de Smart city ha evolucionado en los últimos años, porque se ha “humanizado” y reconoce el papel de la ciudadanía.
Las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) avanzan a tal velocidad que ahora las ciudades ya comienzan a asumir que no pueden estar ajenas a las nuevas soluciones que se desarrollan. La cuestión sigue siendo cómo usarlas y a qué darle prioridad. Big Data, Inteligencia Artificial, coche autónomo, Internet de las Cosas (IoT), la nueva red 5G de telefonía móvil o la ciberseguridad (como una necesidad devenida de todo lo anterior) son sistemas que nos llevan, como dicen muchos expertos, a la convivencia de una ciudad física con una ciudad virtual, dos caras del mismo territorio que se complementan y que resuelven aspectos críticos como la brecha en el acceso a la tecnología (unos llegan y otros no), el derecho a la privacidad o la gestión individual de la huella digital.
Imagen vía: Pixabay
Los últimos años están granados de fracasos estrepitosos en la aplicación de la gestión urbana a través de nuevas tecnologías, aunque también hay casos de éxito. Ha habido varios factores que han hecho descarrilar importantes proyectos, pero hay tres que destacan: la capacidad de generar tal cantidad de datos sobre el funcionamiento urbano hasta el punto de ser ingobernables (sobran datos y falta diagnóstico), prioridades a la hora de aplicar las tecnologías sin mucho criterio y, en tercer lugar, no hacer partícipe a la ciudadanía como agente imprescindible de la ecuación (no hay ciudad inteligente sin ciudadanos inteligentes; es decir, comprometidos). De hecho, la inteligencia es una cualidad humana.
¿Con qué nos quedamos de la ciudad inteligente?
De todo lo que puede aportar el uso de las nuevas tecnologías de la comunicación, sobre todo de las que ya están maduras, son la reducción de la huella ambiental y la conexión con la ciudadanía las facetas que más se están valorando en los últimos proyectos. Esto se expresa en diferentes usos de las TIC para relacionar con más intensidad a las personas con la gestión de su ciudad y, especialmente, con sus gobiernos locales. Tanto es así, que ya es casi imposible plantear proyectos de innovación tecnológica sin considerar también criterios de innovación social que mejoren las organizaciones humanas.
Economía colaborativa
Aunque la base de la economía colaborativa es el intercambio físico sin ánimo de lucro de bienes y servicios entre particulares, las tecnologías están permitiendo que estas redes de ciudadanía se amplíen y lleguen más lejos. En muchos casos, esta filosofía del “compartir” promueve el consumo responsable y reduce la huella ambiental de la ciudad. Algunas de las apps más populares trabajan sobre el desperdicio alimentario (“Ni las migas” o “Yonodesperdicio”) y la creación de relaciones humanas entre vecinos para intercambiar ayudas y favores, como “Nextdoor”, “Mibarrio”, “Teayudo” o “La escalera”.
A pesar de que se le denomina también economía colaborativa aun sin serlo estrictamente hablando, la ciudad conectada también está permitiendo nuevos negocios urbanos que mejoran sus flujos y reducen sus impactos ambientales. El ejemplo más popular es el carsharing, los sistemas de vehículos compartidos (casi siempre eléctricos) que funcionan a través de una app y que ya funcionan desde hace tiempo en muchas ciudades, como “car2go”, “emove” o “Zity”. La idea de compartir vehículos para moverse por la ciudad existe también con motos, bicis, patinetes…
Mejora de la gestión
Utilizar la información que nos proporcionan los sistemas de comunicación para mejorar el uso de los recursos urbanos. Esto es, básicamente, lo que persigue una ciudad que se quiera llamar “inteligente” y pretende desarrollar una profunda transformación digital. Uno de los principales pasos para ello, así ha sido en muchas ciudades crear una plataforma única de gestión donde se agrupan y cruzan los datos de todas las verticales de la ciudad (agua, luz, residuos, transporte, etc.). Algunos ejemplos son los proyectos de la plataforma urbana “Smart Logroño” o “Smart Málaga” (uno de los primeros proyectos en España), aunque se pueden encontrar muchos más en plataformas como la Red Española de Ciudades Inteligentes, RECI, y la Red de Ciudades de la Ciencia y la Innovación, Red Innpulso.
La mayoría de proyectos sectoriales están dirigidos a la mejora de la eficiencia energética (Smart grids), la movilidad sostenible (gestión inteligente del tráfico, optimización del transporte público o sistemas para los vehículos eléctricos), la iluminación de las calles (por ejemplo, farolas que se encienden solo cuando detectan movimiento) y la medición de la calidad del aire o el estado de los contenedores de residuos mediante sensores, entre otros servicios urbanos.
También hay ejemplos de los llamados geoportales, para que tanto profesionales como ciudadanía en general pueda acceder a toda la información urbanística de la ciudad (estado de los edificios, protección cultural, cartografías, grado de edificabilidad, limitaciones de acceso, expedientes de las intervenciones realizadas, etc.). Un ejemplo es el proyecto “Prototipo Cibeles” del Ayuntamiento de Madrid.
Transparencia y diálogo
Las plataformas inteligentes de gestión urbana permiten también acercar la gestión de los ayuntamientos (administración 3.0) a sus ciudadanos y hacerles partícipes a través de la administración electrónica y el flujo de información, en muchos casos de ida y vuelta (el ayuntamiento informa, pero también escucha lo que tienen que decir los ciudadanos). Por ejemplo, hay sistemas inteligentes como el de Santander que incorpora a su plataforma de gestión todos los avisos que recibe de los ciudadanos sobre una incidencia, avería o daño en la vía pública, porque además de la información que reportan los sensores colocados en una ciudad el “mejor sensor” siempre es el propio ciudadano y su ánimo de participar activamente.
Normalmente, este tipo de interacciones de los ciudadanos se realiza a través de apps, como Línea Verde, una aplicación que ya está operativa en más de 500 ayuntamientos y que permite notificar incidencias en la vía pública y realizar consultas sobre medio ambiente y mantenimiento urbano. Otras plataforma similares son CityZN, AppValencia, MiCiudad o la nueva app de la ciudad de Cuenca.
En otros casos, las soluciones TIC posibilitan mejorar a amplificar la participación directa de la ciudadanía en la toma de decisiones referidas a la ciudad. Es el caso de la plataforma Decide Madrid que permite a los ciudadanos votar sobre futuros proyectos y decidir a dónde se destina parte del presupuesto municipal, ya sean pequeños proyectos en la escala barrio o intervenciones importantes en la ciudad, como ocurrió por ejemplo con el concurso de ideas para la remodelación de la Plaza de España.