La ciudad del futuro
Viviremos en ciudades verdes, pero ¿serán verticales u horizontales?
En el desarrollo de la ciudad del futuro hay dos planeamientos que cobran fuerza y la paradoja es que lo hacen en sentido contrario: uno es la horizontalidad del diseño, es decir, la integración de las viviendas en la naturaleza en sentido horizontal, construyendo ciudades cada vez más extensas pero dejando una considerable permeabilidad de la naturaleza en ellas; calles arboladas, soluciones basadas en la naturaleza, sistemas de drenaje sostenible, gestión de residuos in situ, generación autónoma de energía, grandes parques periurbanos, corredores naturales, vías verdes.
La otra opción es la construcción vertical, es decir, grandes edificios con todos los servicios integrados, paredes verdes, grandes ventanales, colegios, médicos, tiendas… todo en el mismo edificio al tiempo en que dicha construcción se integra en la naturaleza mediante el diseño sostenible del mismo, grandes paneles solares en las fachadas compaginados con placas solares, energía eólica intercalada en las terrazas junto con los jardines y los huertos urbanos verticales o en la azotea. Esto se compagina con grandes extensiones de parques, arboledas interminables, ocupando el espacio horizontal que se ha liberado, ocultando los servicios de depuración, generación energética (de la que el edificio es deficitario por tamaño), residuos urbanos, etc, que quedan en manos de las SBN pero alejadas del propio edificio.
La enorme diferencia entre el primer y el segundo concepto es que mientras en el primero se disminuye el impacto puntual de la recogida de residuos, la depuración de aguas o el suministro eléctrico, bien es verdad que la extensión y complejidad de la infraestructura, tanto verde como gris y azul la convierte en un laberinto de instalaciones en tanto que el segundo caso, si bien el impacto puntual es mayor (acumulación de residuos, aguas fecales, suministro eléctrico), su relación con la extensión total de espacio requerido para el abastecimiento de la población de los servicios es mucho menor.
Personalmente me quedo con un término medio, como siempre en el medio suele estar la virtud. Ni creo en el futuro de las grandes urbes grises de torres infinitas y de comunidades de vecinos ingobernables ni creo en llevar la ciudad al campo. Hay que traer el campo a la ciudad, no urbanizar la naturaleza.
Por ello creo firmemente que la apuesta debe estar en la ciudad media, bien comunicada, autosuficiente en cuestión de energía y el resto de servicios, apoyándose en la naturaleza pero sin avasallarla.
Mi ciudad ideal sería una ciudad inteligente de no más de 30.000 a 50.000 habitantes, diseñada para los peatones, el transporte público, la eficiencia energética, el suministro de cercanía de los productos básicos y la optimización de recursos, todo ello apoyado por un uso racional del espacio público. Esta sería mi ciudad ideal y, probablemente la llamaría “Utopía”.